Algas y salicornia descubiertas en un reciente viaje por solitarias bahías Patagónicas.
Como sucede con las plantas terrestres, las algas tienen un ciclo vital sencillo e inevitable: crecen, se reproducen y mueren. No todas las algas se comen, entre las 25.000 especies conocidas, sólo pueden ingerirse unas 50.
Sanísimas: poseen vitaminas –A,C y las del grupo B– y minerales. Algunas especies acumulan todo el hierro, fósforo, potasio y yodo que los nutricionistas recomiendan ingerir diariamente .Y muchas de ellas son también un portento proteínico, además de ser paupérrimas en grasas.
La que aparece con mayor frecuencia es la nori, probada en aéreos y crocantes buñuelos en este viaje reciente. Es la que envuelve los sushis, aunque también se tuesta para aderezar multitud de platos y se consigue en todas los comercios de alimentación saludable. La Ulba, también probada en un buñuelo con langostinos, combinación celestial. La kombu carnosa y de sabor ligeramente ahumado y la wakame que aporta ricos matices marinos a sopas, ensaladas y verduras.
Advertisement
Para aportar matices marinos a sus platos, hoy los cocineros no sólo sacan partido de estas (y otras) algas; también es cada vez más habitual el uso de los vegetales que crecen de forma silvestre en dunas, salinas, zonas rocosas y acantilados próximos al mar. La salicornia es probablemente la más conocida de estas raras especies y deparan sensaciones sorprendentes. La probé hace poco en la Patagonia en un delicioso pesto para una pasta casera. La gloria.
Advertisement