Para apurados, perezosos o solitarios, los revueltos de huevos, representan una solución drástica. Las omelettes son más elegantes, pero menos instantáneas.
De la cocina porteña el más famoso servido en los restaurantes tradicionales es el
revuelto gramajo, que lleva el nombre de su supuesto creador, aunque la autoría sea una discusión eterna.
Hay numerosas versiones, pero en todas las
papas fritas muy finitas, tipo
paille, los
huevos y el
jamón cocido son protagonistas.
Me gusta el revuelto de
espárragos trigueros, esos verdes finitos, con
jamón crudo; o
zucchini cortado finito con bastante
perejil o el de
habas,
arvejas y jamón crudo.
Cualquier resto que tenga en la heladera puede tener su destino glorioso revuelto con huevos, mucho más que un entrevero sin pena ni gloria.
La
omelette exige otras habilidades, entre ellas, el punto de cocción. Una omelette seca, es triste, demasiado
baveuse, impresiona a muchos.
La más fácil y la menos costosa: a las
finas hierbas, como la llaman los franceses. Puede hacerlas solo con perejil, pero si tiene
tomillo, orégano fresco y
romero, mejor. La más cara, con
trufa rallada. Para la
omelette de queso,
gruyere es la mejor opción.
Dos
tips fundamentales a la hora de omelettear:
1. En la mezcla de huevos sacar una clara y reemplazarla por la misma cantidad de agua (una o dos cucharas). La hará más liviana.
2. Para que tenga un look brillante y glamoroso, al servir coloque una nuez de manteca, se derrite sobre la omelette caliente.
Descubrí más recetas como estas en Recetas de Familia IV con Marcela Lovegrove.