Fruta típica del verano, nos tienta con sus perfumes potentes, su textura y sus sabores.
Originario de China y Japón, fue estrella para los gourmets del siglo XVII.
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Hay en general dos grandes variedades de duraznos, el de carne blanca y el de carne naranja. Pero hay centenares de variedades que se clasifican o eligen según el color, pero también la adherencia del carozo, aspecto de la piel y periodo de madurez.
Recuerdo que mi madre solo probaba los priscos, donde el carozo se separa solo del resto de la fruta. Siempre resultan con más matices, especialmente si están maduros.
Me sale bien el chutney de duraznos, con cardamomo, comino, jengibre, canela y algún ají. Bueno para mezclar con carnes frías.
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Descubrí, como amante de la cocina del Maghreb, una receta: Tajine de duraznos y pollo, plato sofisticado para veranos calientes.
En algún restaurante italiano de Buenos Aires, y también en parrilla famosa, sirven duraznos con burrata como una entrada deliciosa.
Aquella antigua receta real ,duraznos bordelesa, con la fruta macerada en vino y rociada con su jugo de cocción reducido nos remite más que a Louis XIV a los inmigrantes italianos amantes de los duraznos nadando en vino tinto.
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Creo que la mejor combinación vinos-duraznos se da con el Torrontés, variedad absolutamente argentina. Comparten sus sensuales aromas.
Algunas virtudes saludables de esta delicia estival: los duraznos son ricos en potasio, vitaminas C, B1, B2 y provitamina A. La mayor parte de las vitaminas se encuentran en la piel, mejor no pelarlos.
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