La salsa de origen genovés devino en universal. Y pasa a acompañar diferentes platillos, no sólo las pastas. El mandato indica que debe elaborarse únicamente con un mortero.
Los ingredientes básicos del
pesto son pocos: hojas de
albahaca fresca, unos granos de
sal gruesa, dientes de
ajo y
queso parmesano, aunque la ortodoxia indica que el
vero queso que debe utilizarse es
pecorino.
Otro tema de discusión ¿nueces, almendras o piñones? El clasismo genovés indica
piñones, pero no siempre es fácil conseguirlos. En Argentina se hace con
nueces, aunque las
almendras le otorgan más sutilezas y más liviandad.
La
pimienta en grano es la única especia permitida y, de atenerte a la ley ortodoxa, todo se muele en
mortero. Debe ser de un material no poroso, para que no absorba los sabores de los ingredientes. El mejor mortero es el de granito.
El
aceite de oliva debe ser de primera extracción y de la cosecha del año en curso. Un mal aceite destruye cualquier
pesto. Al añadirlo a las pastas, se debe verter un poco del agua de cocción para que la salsa corra amablemente.
Cuando apareció la
rúcula, algunos cocineros comenzaron a ensayar esta alternativa. Personalmente, me parece mucho menos interesante que ese entrañable “perfume de yuyos y de albahaca”, invasor y mágico.
El
pesto puede tener otros destinos diferentes a la pasta, como una exquisita
pizza con brócoli y queso de cabra. También he ensayado bañar
verduras grilladas. Le da otra dimensión, sensualidad y aroma a un plato demasiado
light.
La realidad es que existen muchas
recetas con pesto. La clave está en salir de la convención y animarse a nuevas asociaciones.