México, lindo y picante

Entre arenas blancas, sabores picosos y tragos helados, la costa del Pacífico Norte de México se transforma en el sitio del verano perfecto. Puerto Vallarta, Rivera Nayarit y la vida bajo la sombra de una palmera.

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Entre arenas blancas, sabores picosos y tragos helados, la costa del Pacífico Norte de México se transforma en el sitio del verano perfecto. Puerto Vallarta, Rivera Nayarit y la vida bajo la sombra de una palmera.


Puerto Vallarta era un pequeño pueblo de pescadores desconocido hasta que se filmó en 1964 La noche de la Iguana –dirigida por John Huston en 1964 y protagonizada por Richard Burton, Deborah Kerr y Ava Gardner–. A partir de entonces el lugar se reveló ante el mundo y la pesca artesanal dejó paso a un turismo que, en su mayoría, proviene de Estados Unidos y Canadá. El lugar se transformó en el centro de Bahía de Banderas. La costa norte del Pacífico mexicano lleva ese nombre e incluye otros destinos, como la Riviera Nayarit. Así, con sus tragos tropicales y sus platos ardientes, el destino se fue modelando con las costumbres propias y las del turismo extranjero.

El Malecón de Puerto Vallarta
El verano empezó hace algunos días y con él la época de lluvias, pero nada, ni siquiera el agua que se avecina, detiene el continuo movimiento del malecón. A tan sólo unos metros de ahí, un trío de malabaristas con vestimentas típicas de los indios huicholes trepa una torre mientras hacen sonar sus flautas y danzan por el aire sujetados por sogas. Un hombre nos ofrece “agua fresca, agua de tuba”; la lleva en una calabaza gigante y la sirve en un vaso de plástico en el que ya tiene trozos de manzana verde. El agua de tuba proviene del coco y se sirve con frutas que pueden ser también nueces o maníes, es un refresco ideal para una tarde en la que la temperatura trepa los treinta grados, aunque haya quienes prefieran beber una cerveza en alguna cantina. También hay un paseo de esculturas: las más emblemáticas son El caballito de mar y Los arcos. La Parroquia Nuestra Señora de la Guadalupe, que tiene en su cúpula una bellísima corona tallada y debajo un reloj redondo y blanco, completan la postal. Ahora que el sol se hunde en el mar y tiñe todo de rojo nos sentamos en silencio a contemplar el final del día.

Antes de la cena hacemos un alto por las callecitas empedradas de la Zona Romántica –ideal paseo para enamorados y zona gay friendly– y bajamos al Nuevo Muelle de Los Muertos –inaugurado en el año 2013 con una arquitectura imponente y moderna– para probar el "pescado embarazado". Su nombre deriva de "pescado en vara asado" y se trata de un crocante trozo de marlín o cazón untado en limón, asado a las brasas y servido con salsa huichol. En algunos casos el pescado se reemplaza con camarón. Con el sabor local del pescado en nuestro paladar se nos abre el apetito: estamos listos para cenar.

Isla Cuale - Riviera Café
Pero antes nos adentramos en la Isla cultural. Las aguas que rodean esta pequeña isla citadina provienen del río Cuale y para llegar atravesamos un puente colgante y movedizo. Entonces, elegimos una mesa en The River Café: perfecta fusión entre la alta cocina mexicana y la internacional, a cargo del chef peruano Roberto Chávez. El restaurante está a la vera del río y mientras bebemos el primer Margarita se enciende una vela en cada una de las mesas. Antes de que lleguen los platos –pesca del día rostizada con bróccoli y espinaca, salsa de ajo confitado y aceite de albahaca–, vemos una iguana enorme que se escabulle entre las ramas más altas de los árboles que rodean el lugar. La música llena el ambiente y el postre da la nota final: pastel de queso, marmolado con cajeta –dulce típico mexicano, parecido al dulce de leche pero más acaramelado–, frutas de estación y salsa de frutos rojos. Otra opción para cenar es el Café des Artistes. Según el escritor Carlos Fuentes, en este lugar “no hay un solo plato que no sea una obra de arte, ni una sola obra de arte que no alimente el espíritu”. Ubicada en una vieja casona reciclada, esta propiedad pertenece al chef francés Thierry Blouet desde hace 25 años. Thierry se casó con Rosa, una diseñadora de joyas mexicana cuyas piezas inspiradas en los platos de su marido se pueden adquirir en la tienda junto al restaurante. De esta propuesta de autor que combina la cocina mexicana con la francesa, utilizando ingredientes locales en una carta de estación, probamos la “fiesta de jitomates orgánicos y mousse de mozzarella con vinagreta de pistachos, pesto al cilantro y albahaca”. También una mini brioche y el único plato que lleva 23 años en el menú: una deliciosa crema de calabaza y langostinos. Continuamos con el róbalo escamado con papas acompañado con un Luis Felipe Edward Terra Vega Cabernet Sauvignon, de Chile. En Puerto Vallarta hay una buena oferta de vinos argentinos y chilenos.

En Costa Sur Resort & Spa, ubicado al norte de la ciudad, donde las aguas cambian su color y viran hacia el verde, disfrutamos un día de verano en todo su esplendor. Temprano en la mañana reciben al comensal con una copa de Mimosa, un cóctel típico que se prepara con 1/3 de champagne bien frío y 2/3 de jugo de naranja natural. Los pelícanos descansan a 100 metros de la costa, sobre la formación rocosa de la la playa calma e ideal para practicar snorkel, kayak o paddle board. Entre los meses de diciembre y marzo es posible ver a las ballenas jorobadas; las tortugas marítimas, en cambio, pueden verse casi a diario.

Riviera Nayarit
Nuestro próximo destino es Riviera Nayarit, al norte de Puerto Vallarta. Se llega en auto en sólo 15 minutos. Alojados en el Grand Velas Hotel, un complejo hotelero de alto confort, partimos hacia los pequeños pueblos de San Pancho y Sayulita, para conocer, aguas arriba, las Islas Marietas y disfrutar de deliciosos platillos de mar.

Playa Escondida
Es el día más caluroso del año, pero tenemos suerte: estamos en una lancha, en el medio del Océano Pacífico. Hace diez minutos abandonamos la costa de Punta Mita para visitar las Islas Marietas –declaradas Reserva de la Biosfera por la UNESCO en el año 2008 y habitada por cientos de aves–, cuando el motor de la lancha se detiene: a la isla sólo se puede ingresar nadando y con marea baja. Cada uno, a su turno, nos lanzamos al agua y nadamos cien metros. Aunque el oleaje nos empuja hacia afuera, atravesamos el túnel de rocas y llegamos a La Escondida, una breve extensión de playa semicubierta por una pared de rocas que dibujan un círculo enorme sobre nosotros. Las olas con toda su furia entran en el túnel y rugen en la oscuridad. Se trata de un lugar único en el mundo.

San Pancho y Sayulita
Visitar San Pancho y recorrer su calle central por la mañana es ideal, puesto que el pueblo aún está dormido. Con sus locales y mercados cerrados, vamos a desayunar en el Bistró Orgánico del Hotel Boutique Cielo Rojo. En su tienda, compramos sal orgánica y un Tequila que lleva el mismo nombre del hotel. Como todo lo que aquí se ofrece, se produce de forma artesanal, en este caso a cargo del maestro tequilero Jorge Martínez.

Más tarde iremos a Sayulita. En sus calles cuelgan banderines de colores con carabelas caladas que se ondulan con el viento. Hay artesanos y puestos de comidas al paso. El mejor, para probar un taco de marlín o camarón, es Fish Tac. Para quienes quieran sentarse a comer en un restaurante legendario, está San Pedro’s, con 20 años en el mismo sitio: los mejillones a la provenzal son imperdibles. También se puede visitar la casa Revolución del Sueño, que reversiona los iconos más representativos de la cultura local con expresiones pop, como la de Pancho Villa, que posa en una postal con un cartel en el que se lee “All we need is love”. Sayulita tiene una fuerte identidad cosmopolita. Sus playas, con grandes extensiones de arena, son las preferidas para los surfistas. Ellos esperan, pacientes, las olas más altas del Pacífico.

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