Pasión por el helado

Hoy voy a hablarles acerca de un postre que contiene uno de los índices de fanatismo y fidelidad más alto de todos. Y digo fanatismo porque realmente nuestra devoción puede llevarnos a salir en su búsqueda en cualquier momento del día (o de la noche)… Y digo fidelidad, porque permanece a lo largo de nuestra vida sin que, en el transcurso de la misma, se modifique un ápice de nuestra pasión por él. Esta se mantiene y resiste diferentes avatares etarios y sociales. Estamos hablando, por supuesto, del helado.

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Hoy voy a hablarles acerca de un postre que contiene uno de los índices de fanatismo y fidelidad más alto de todos. Y digo fanatismo porque realmente nuestra devoción puede llevarnos a salir en su búsqueda en cualquier momento del día (o de la noche)… Y digo fidelidad, porque permanece a lo largo de nuestra vida sin que, en el transcurso de la misma, se modifique un ápice de nuestra pasión por él. Esta se mantiene y resiste diferentes avatares etarios y sociales. Estamos hablando, por supuesto, del helado.


El helado despierta un fervor dificil de abstraer. De gran trascendencia en nuestra infancia, soñábamos con ser heladeros para comer cuando y cuanto nos plazca, sin necesidad de ese consentimiento -a menudo esquivo- de los adultos, guardianes de la integridad de nuestro hígado. Si fuera por nuestra inocente voluntad, hubiéramos sido alimentados por helados de chocolate, vainilla, dulce de leche y ¡crema del cielo!; esa crema inolvidable de color celeste que tanto nos fascinaba a la vista. Ni que hablar del baño de chocolate que dibujaba manchas salpicadas en la remera que se lucían como trofeos de batallas ganadas a la siempre inestable cobertura del cucurucho.

¿Te acuerdas adónde fuiste en tu primera cita? Quizás no en la primera, pero seguro tuviste los primeros encuentros de amor en alguna heladería cercana a tu casa. Comenzabas a conocer el amor. Pero el amor al helado ya lo conocías.

Porque el helado siempre estuvo en nuestras vidas y siempre lo estará. Es un sentimiento de esos que te abraza en momentos tristes y magnifica los felices. Es más, podríamos acordar en que los crea. Con su sabor, nuestro paladar bailotea de alegría al ritmo de la frescura de esas texturas. Helados de agua, cremosos, dulces, agrios, nunca amargos. Aunque hay gustos en los que el nivel de azúcar es más bajo y la materia base es amarga. Pero nunca será totalmente amargo. Porque el chocolate amargo, no es amargo. En todo caso, menos dulce. Y, ¡cuanto más dulce mejor!

De cualquier modo, no impugno ningún gusto. Todos tienen su particularidad. Y cada combinación de gusto puede formar un nuevo sabor. Hay postres clásicos con helado que son realmente buenos. Es el caso del affogato en el que el helado de vainilla o crema americana se combina con el café; o la porteñisima Copa Don Pedro, en la que el helado de crema hace lo propio con el whisky.

El helado nos apasiona a todos. Es refrescante, digestivo e hidrantante. Contribuye a reducir el estrés y provoca bienestar al consumirlo. Lo podemos encontrar en distintos formatos y métodos de elaboración: helado artesanal, en palito, frozen de yogur, y los soft.

Por eso, sirve como excusa de innumerables postres. A continuación compartimos algunas recetas, de nuestros chefs, a base de helado:






Seguiremos fieles al helado. Continuaremos descubriendo nuevos sabores, indagando nuevas combinaciones que nos ofrece su amplia gama de postres. Simplemente porque nos gusta. ¿Te prendes?


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