La degustación es un juego de los sentidos, muy divertida cuando se hace a ciegas, porque allí surge una verdad, sin la influencia y el prestigio de una marca, el vino habla por sí mismo. Y ganará, por supuesto, aquel vino que prefiera el catador.
Las degustaciones a ciegas, en general son temáticas. Pueden probarse diferentes varietales para tratar de descubrir qué es qué, una hazaña casi imposible si se trata de vinos modernos y parecidos en intensidad y concentración. Un estilo que felizmente está cambiando, varietales del mismo cepaje pero de diferentes regiones, blends de la misma variedad pero de distintos terruños, etcétera.
No se puede probar a ciegas cualquier cosa, no tiene sentido establecer comparaciones entre un tetra y un vino más o menos bueno. Estas son las catas horizontales. Si los vinos no son más de cuatro o cinco, para qué escupir después mirarlo, olerlo y saborearlo, en ese horrible baldecito ad-hoc. El vino aunque algunos expertos lo nieguen cuando dicen que en la garganta no pasa nada, está hecho para beberlo.
Se descubren otras cosas, toca el alma. Cuando en catas profesionales o en concursos se deben probar varios vinos por supuesto no se puede tragar, aunque muchos colegas lo hagan. No por pacata. Sobrevienen la confusión y la mamúa. O el sueño.
No siempre es fácil ni divertido, hay demasiados vinos idénticos, vinos fotocopia, especialmente entre los Malbec. En estos tiempos, resulta interesante catar a los vinos elaborados por enólogos jóvenes que apuestan al suelo. No son vinos idénticos, cada cual tendrá su carácter por las profundas razones del suelo, por sus diferencias.