Dos blancos casi eternos

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En la Argentina, el Chenin fue siempre caballito de batalla, vinificado a la que me importa para vinos de mesa. Todavía sigue formando parte de muchos espumantes patrios. Aunque recuerde, como excepción un Chenin 94 de finca La Anita probado hace pocos años. Estaba fantástico.
Hay bodegas que se le animan nuevamente al Chenin, como la sanrafaelina Roca. Fresco, joven y brioso en la última cosecha. Fue el blanco perfecto para acompañar una travesía por el Lago Puelo, en la Patagonia profunda. Veremos qué les pasa a sus Chenin con el tiempo.
Con el Semillon, sucedió lo mismo, variedad maltratada esta emblemática uva mendocina, tantas veces cultivada junto al Malbec, tiene gran capacidad de guarda especialmente si proviene de zonas frías, como Río Negro.
Por algo el Semillon forma parte de la dupla junto al Sauvignon Blanc de los grandes Sauternes esos majestuosos vinos dulces, los de la podredumbre noble. Tengo en mi heladera como pieza de museo un Sauternes de 1939, ni más ni menos que Château d` Yquem. Ya fue, pero no me animó a tirar ese fondito de esa botella que soportó mudanzas, cambios climáticos y existenciales. Me la regalaron en el 2000.Un vino de la guerra, al abrir la botella hace ya casi 15 años, la gloria. Al día siguiente, la probé de nuevo, se le habían venido las décadas encima, el viejazo final.
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