Hay muchas cosas que los romanos nos enseñaron, enumerarlas se convertiría en una enciclopedia –que ya nadie lee- pero en el tema culinario –que es el más importante para nosotros- debemos de saber que ya en el siglo I d.C en sus banquetes, se encontraba la langosta como plato principal. Es por esto que en Roma es donde se comienza a consumir este manjar.
Pero éste delicioso crustáceo no siempre ha sido digno de reyes, emperadores y Césares. En algún punto de la historia perdió su prestigio, glamour y elegancia para convertirse en la cucaracha del mar, sí, no suena nada apetecible, pero así sucedió.
En las nuevas colonias en América, en los años 1800’s eran usadas para alimentar a los presos, a los esclavos y a los vagabundos, todos ellos estaban hartos de comerla a toda hora: La langosta era el alimento de los pobres.
¿Pero cómo logró ese cambio de imagen de 180°? ¿Cómo pasó de ser la comida de los esclavos a ser la comida de los círculos más selectos y exclusivos? ¿Cómo recuperó ese prestigio que comenzó en Roma?
Era 1900, un nuevo siglo. Y con la llegada del nuevo siglo, también llegaron muchos avances tecnológicos entre ellos los enlatados y el ferrocarril.
En 1841 se funda en Maine, Estados Unidos, la primera fábrica de enlatados de Estados Unidos, aunque no fue fácil convencer a la gente de comprar los alimentos en esta forma, si fue una ventaja para los lugares del centro del país, de pronto tenían acceso a productos que antes no se imaginaban y estaban al alcance de una lata, la langosta como estandarte de ellos por supuesto.
El ferrocarril se encargó del resto; los turistas, pasajeros en los ferrocarriles, iban a Maine a pasar el verano y no conocían la reputación de la langosta, así que con un pequeño truco de marketing; los ferrocarrileros presentaron la langosta como una exquisitez y voilà ¡Su glamour y prestigio regresaron!
Los turistas que regresaban a sus lugares de origen, llevaban con ellos los enlatados y más tarde la posibilidad de refrigerar los alimentos permitió enviarlas vivas hasta Inglaterra, donde se vendían diez veces más caras.
Y es así, como la cucaracha del mar, pasó de ser el alimento que nadie quería comer
al elegante placer que es hoy.