Con uvas mediterráneas, vinos raros

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Ver Sacrum no te revela ningún misterio. Te revela, eso sí, la variedad de posibilidades, la biodiversidad que puede tener la vinicultura argentina. Tenemos algo más que Malbec y Torrontes.
Se trata de dos varietales, Garnacha y Monastrell y un blend de Garnacha, Syrah y Monastrell. Desde siempre fui una apasionada del Syrah, especialmente del Syrah de Finca La Anita que impuso a la variedad como moda ya hace más de 20 años. De los Syrah sanjuaninos, algunos, como Mora Negra, me pueden. Por su sensualidad, su ser especiados.
A la Garnacha la había oído nombrar de chica, como integrante de vinos comunes; la redescubrí en todo su esplendor año a año en España, especialmente en algunos vinos del Priorato, esa denominación catalana que hasta hace algunos años era la moda absoluta con sus vinos carnosos, estructurados, oscuros, con mucho alcohol. Algunos me siguen gustando.
Estos últimos años, especialmente en Cataluña probé varios tipos de Garnacha: rosados, blancos con garnacha blanca y unos tintos ligeros elaborados con “ garnacha peluda”. Ignoraba su existencia. A la vuelta lo comenté, nadie sabía que era la garnacha peluda, todos rieron pero nadie la conocía en este país. Se la llama así porque la uva tiene un vello tenue sobre su superficie. Es todo.
Monastrell es el nombre hispánico de la Mouvedre francesa, aunque la uva tiene un claro origen español. A lo mejor Mouvedre hace más “fino”. Alguna vez probé en Argentina un Mouvedre elaborado, en sus infinitas búsquedas, por Zuccardi. Rico.
Estas uvas Garnacha y Monastrell vienen de viñedos de 40 en Barracas, Maipú. La Syrah de viñedos de 30 años del Bajo Lunlunta. Es la primera cosecha pero Soler y socios están elucubrando planes. Tenemos el clima ideal para estas uvas de origen mediterráneos.
Los tres vinos, los varietales Garnacha, con el puntaje máximo 93; G.S.M. – blend de Garnacha, Syrah y Monastrell- y Monastrell, me parecieron deliciosos, frescos, superbebibles. Vinos para estos veranos casi eternos. Pero para nada fugaces. Liviano no quiere decir fugaz. Tienen carácter, personalidad. En los tres se utilizaron vinificaciones modernas: fermentación en huevos de cemento de 1000 litros, añejados también en huevos de cemento con un 50$ de paso por barrica de roble francés de 500 litros. El Monastrell, quizás por eso fue el que más me gusto, no pasó por madera ni vieja ni nueva. Nada.
Este último fue el complemento ideal para un invento raw food: salmorejo de tomates, sandia, oliva y ajo, hinojos marinados con pomelo, oliva y tomillo; berro con oliva y portobellos crudos. cherries con aceitunas marinadas y mucha ralladura de limón , y carpaccio de zucchini con oliva, romero, y almendras fileteadas.
El vino acompañó maravillosamente estos inventos de una cocinera amateur enamorada del mediterráneo (quien escribe). Al Monastrell le encontré algo terráqueo, de subsuelo o armario antiguo. Son asociaciones y recuerdos, instantáneas de un momento. Cada uno encuentra lo que encuentra. El milagro se produce cuando se encuentra el vino para el momento justo.
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