Sabor Barranquilla: cocina local, clases compartidas… y algo de cumbia

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El motivo de nuestra visita era hacer dos presentaciones de cocina: una solos y la otra, la de cierre, a dúo. En la primera clase confeccioné un menú de 3 pasos con ingredientes locales, platos frescos, un estilo de cocina “comfort food”. Para la clase de cierre hicimos 4 platos mostrando un poco la cocina tradicional porteña y, por último, platos dulces de nuestra infancia. Preparamos fainá, revuelto Gramajo, alfajores de maicena y budín de nueces. La idea de esta presentación no era centrarse tanto en la técnica sino que fuera una interacción fluida entre el público, Sole y yo.
Cuando hago este tipo de viajes, sé que es más lo que voy a aprender que lo que voy a enseñar; pero esta vez tuvo un condimento especial. Con Sole nos llevamos de maravillas, no paramos de reírnos todo el tiempo y esa química nos sirvió para la presentación final, en la que hasta nos animamos a homenajear al público terminando la clase bailando la cumbia local (muy distinta a la argentina), con sus trajes típicos y todo. No voy a referirme a nuestras habilidades como bailarines, sí voy a decir que intentamos ponerle onda.
Colombia es un país con regiones muy distintas y como tal, lo son sus ciudades. Yo había tenido la oportunidad de estar en Bogotá y en Medellín que son bien diferentes entre sí y pensaba a cuál de las dos se parecería Barranquilla. Pues bien, a ninguna de las dos anteriores. Tiene su personalidad, sus códigos, sus influencias étnicas y, consecuentemente, sus comidas típicas.
Otra de las cosas lindas que tienen estos viajes es compartir con colegas cocineros de otras partes. Todos los años Sabor Barranquilla homenajea un país. Este año le tocó a Puerto Rico así que todo lo hacíamos juntos y pudimos intercambiar impresiones sobre las gastronomías de nuestros países.
Estuvimos en varios restaurantes, pero en lo personal lo que me resulta más enriquecedor es ir a esos lugares que frecuentan las personas que viven ahí. La mañana del sábado visitamos el “Narcobollo”, una especie de desayunería a la que asisten muchos costeños a cargar energías para el día. Es notable como pese al clima tan caluroso y húmedo las comidas típicas son tan calóricas: mucha fritura, embutidos y harinas. Eso sí, jugos de frutas naturales en todos lados y a toda hora. Yo no me quise perder el banquete y pedí todas las especialidades: buñuelos de yuca rellenos con queso, carimañolas, una esfera perfecta de harina amasada con mucho queso y frita, plátano maduro -otra vez con queso- y la que se llevó todos los aplausos: arepa de huevo. Ya conocía la arepa clásica, ese bollo de masa elaborada con harina de maíz blanco, aplastada y a la plancha. Pero nunca había probado esta maravilla frita. Resulta que la arepa, una vez en el aceite, se ahueca sola y queda lista para rellenar con lo que se desee. Lo clásico aquí en Barranquilla es practicarle un corte, romper un huevo crudo dentro, sellarla con más masa cruda y de vuelta a la fritura. ¡El resultado es sublime! Para cortar con tanta grasa pedimos, además de café, el tradicional jugo de corozo, un fruto omnipresente la dieta barranquillera, que se consigue en múltiples presentaciones: fresco, en dulce, en jugo y hasta vino! Me traje una botella de vino de corozo para disfrutar en casa.
Pese al poco tiempo que estuvimos fue un viaje lleno de personajes y sabores. La próxima semana les contaré de nuestra visita al mercado de Barranquilla y la visita a Maritza, la reina de la arepa frita.
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