Santa Fe: mi segunda provincia

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Buenos Aires claramente dejó de ser ese lugar en el cual excluyentemente todo sucede y eso es algo muy saludable para nuestra gastronomía local. En un país con las dimensiones del nuestro, en el cual cada región tiene sus propias costumbres, productos, recetas y tradiciones gastronómicas, resulta indispensable que existan festejos regionales que celebren la diversidad cultural, traducida y plasmada en algo tan común a todos como es la comida. Si tuviera que encontrar un rasgo común a estos eventos es que son pensados por ellos y para ellos. Es lo que yo llamo una celebración “para adentro”, donde no hay lugar para los egos, las individualidades ni nada que eclipse el brillo de lo que se está celebrando que es la comida en sí misma. Es la fiesta del comer en un ecosistema sano y espontáneo. No se trata de eventos a los cuales “se va” (como decía Durkheim “la conciencia colectiva está por encima de la conciencia individual”), sino que cada uno asiste motorizado por las ganas de reunirse con sus vecinos y compartir ese momento.
Todo esto y más fue lo que respiré en la atmósfera acogedora de la primera edición de “Santa Fe a la Carta”, a la cual fui invitado a realizar una clase de cocina para el cierre. Antes de adentrarme en detalles sobre el evento me parece importante contarles que, aunque yo soy cordobés, Santa Fe es una provincia que siempre me fue muy cercana. Mis dos padres son oriundos de allí, mi abuela también y muchos parientes que cada tanto veo están radicados en ciudades y pueblos santafesinos como San Jorge, Piamonte y Esperanza. Se trata de una provincia principalmente agrícola ganadera, con fuerte inmigración italiana y alemana algo que se ve reflejado en la cultura cervecera de su ciudad capital, que desde luego comprobé empíricamente.
Era mi primera vez en la ciudad de Santa Fe y, por todo lo que mencioné anteriormente, al llegar me sentí como en mi casa. El clima, la gente, los olores, las costumbres, nada me era ajeno pese a que nunca había estado allí. Fui recibido por la encantadora Analía, del Instituto Sol, una de las organizaciones que me invitó. Visitamos la radio, participé de un picnic en el instituto (bajo techo, pues se largó una lluvia torrencial) junto a los alumnos y al Vicegobernador Jorge Henn, a quien le agradezco enormemente el recibimiento. Y luego fuimos de paseo, a recorrer la ciudad.
Lo que me llamó la atención es la gran adhesión que tuvo esta movida gastronómica en distintos sectores. No se trataba solamente de restaurantes que participaban con descuentos y otras promociones, sino que la gastronomía se trasladaba también a otros ámbitos poco usuales. Museos que hacían muestras sobre la evolución de la comida; salas de cine que pasaban películas con la comida como eje y artistas callejeros hacían intervenciones de todo tipo, desde pintar delantales de cocina hasta llena
Por la tarde me llevaron al Tortoni santafesino: “Confitería Las Delicias” (sobre la cual ya tengo pensada una nota dedicada a la “pastelería vintage”), en la cual pude degustar las nostálgicas masas finas, fresquísimas y deliciosas, en un ambiente que parece de otro tiempo. Uno de esos lugares en los que me hubiese quedado por horas. De entre todos los manjares que se exhibían yo tenía interés especial en el dulce local por antonomasia: el alfajor santafesino. Debo ser honesto: nunca había sido uno de mis dulces favoritos. Las veces que lo probé me parecía demasiado tosco, con masa muy gruesa y glasé ídem, como yeso. Hasta que probé éste: masa delicada, grosor perfecto, crocante pero a la vez tierno, proporción exacta de dulce de leche y delicado baño, bien blanco como exige esta receta. ¡Me podría haber comido 10! A la hora de la comparación, le hacía una competencia fuerte al alfajor de mi tierra y de mi eterna preferencia: el cordobés.
Con el único propósito de generar hambre nuevamente fuimos con Analía a caminar por la costanera del río en donde los santafesinos suelen ir a hacer deporte, tomar sol y, en épocas de calor, meterse en el agua y disfrutar de sus playas de arena. Cayó la noche y Analía tuvo la genial idea de llevarme al templo, al paraíso, A LA CATEDRAL del pescado de río. Un lugar que, si no se visita, no se estuvo en la ciudad: “El Quincho de Chiquito”. Se trata de un sitio que enamora antes de entrar: mesas y sillas multicolores, cuadros de famosos con Chiquito – el alma pater del lugar, que ya no está con nosotros pero cuyo legado es continuado fielmente por Mary, su mujer-, y parrilla a la vista al fondo. Uno puede advertir que se le dedicó una vida entera a este espacio, y que los que trabajan son, además de compañeros de trabajo, familia. ¿Qué probé? Boga, pacú y surubí en todas sus formas: empanada frita, ensalada, albóndiga, a la parrilla, etc. En general el pescado de río aun no goza de la buena prensa que merece en el resto del país, pero eso en Santa Fe es diferente. El quincho, gigante, estaba lleno; y allí el pescado de río no es una mera opción en la parrilla: es el único protagonista. Familias, niños, abuelos, todos carancheando desde la fuente pescados que sencillamente se cocinan con sal fina, boca abajo (o piel para arriba) y se sirven con gajos de limón y chimichurri. Un manjar.
El domingo era el día de la clase y había que preparar todo. Por la mañana fuimos a chequear el Mercado Progreso, donde se llevaría a cabo el evento. Se cortó la calle, se montó un escenario y se dispusieron 100 sillas. En el mercado se hicieron intervenciones artísticas y se montaron los stands de los productores, al igual que en la plaza. Al mediodía fui a celebrar el día de la madre con Analía, quien amablemente me presto su familia (si bien no pude estar con mi madre en su día, pudimos celebrar por adelantado el viernes a la noche, junto a mi abuela). Mi clase comenzó cerca de las 21 hs., a calle llena y me di el gusto de amasar, cocinar y hacer dulces todo junto y en tiempo real. Al evento asistieron 2000 personas. Como broche de oro, fuimos a celebrar el éxito de esta primera edición al tradicional patio cervecero en el que pude disfrutar del “liso”, esa especialidad santafesina que consiste de cerveza sin pasteurizar servida desde el barril en un vaso liso para apreciar a la perfección su color, sus burbujas y su espuma.
Agradezco todo el afecto que recibí de la gente de Santa Fe, espero volver pronto. Muchas gracias también al Instituto Sol, a la Federación Empresaria Hotelera Gastronómica de la República Argentina (FEHGRA) y la Subsecretaría de Turismo de la Provincia por invitarme a esta primera edición de “Santa Fe a la Carta” que, estoy seguro, fue la primera de muchas por venir.r la fuente de una plaza con frutas y verduras. Me pareció muy sólida y ambiciosa la propuesta, sobre todo por tratarse de una primera edición.
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