Recuerdos de Cataluña

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El primer destino, después de largo viaje en avión y en el impecable tren Ave, fue Altafulla, pueblito cercano a Tarragona, muy tarde. Un hotel boutique de diseño asombroso restaurado a partir de una construcción medioeval. Allí nuestra primera comida en el Hotel Gran Claustre un menú perfecto, algo afrancesado. Atravesamos esas calles iluminadas como una escenografía. También silenciosas, en la mañana deslumbrante de luz mediterránea. Un clima raro y bello.
Partimos hacia una vista guiada a Tarragona ciudad que es patrimonio de la Humanidad desde el año 2000: fue la primera ciudad romana, antes de eso muchos antes estas tierras ya estaban pobladas en la prehistoria. El pasado es aquí muy fuerte. Pesado.
En la parte baja de la ciudad existía una de las ciudades ibéricas más importantes de la actual Cataluña, perteneciente a la tribu de los costeanos. Se llamaba Kesse. La ciudad en épocas romanas se convirtió en epicentro de la romanización de la península. La reina del Mediterráneo, fue la capital de facto de todo el imperio. Augusto, el emperador, la habitó durante sus peleas con los cantábricos. Fue en el siglo I cuando la ciudad alcanzo su máximo esplendor. Con sus circos y anfiteatro. Ruinas vivas, vibrantes, parecería que aun guardan la energía de aquellos aurigas y sus carreras, esos gladiadores de las películas. Allí se alza la muralla más antigua y grande de la península, absoluta arquitectura romana. Torres, inscripciones romanas antiguas y allá en el fondo el mediterráneo, testigo azul y susurrante de tanta historia. Vamos de la muralla al Circo, el espectáculo de masas, protagonizado por los famosos aurigas. Fue constituido en los 90 de este era.
Al mediodía partimos a tomar un vermú, costumbre no solo argentina ni italiana, el aperitivo por excelencia es una tradición en la zona. El lugar, delicioso, es un pequeño bistró llamado El Llagut de la Part Alta .Ramón Martí, su propietario es el representante de los colectivos Tarragona Gastronómica y Slow Food KmO, significa que todo está elaborado son los productos que están allí, a la mano. Fue algo más que un aperitivo, probamos raros caracoles mínimos y puntiagudos, croquetas de codorniz, conejo al ajillo, con un vino de la región. Sigue el viaje gourmet nos dirigimos a la pequeña aldea de Masmolets, en las cercanías de Valls para conocer el tradicional almuerzo de calcotadas., en el restaurante Cal Ganxo. Una vieja Masía, casa de campo, el único restaurante especializado en esta tradición popular: mucha gente acude a esta fiesta gastronómica de Valls. Los calcots, cebollas con brotes largos gracias a cultivo especial, se cuecen al fuego sobre las llamas de los sarmientos, se sirven envueltos en diario y en tejas, los acompaña una salsa deliciosa y familiar, la romesco, de morrones, tomates y almendras. Después vienen las carnes en una parrillita con porotos, alcauciles y alioli. Cierra la dulzura de la crema catalana.
Tuvimos un breve paso por viñedos de Bodega Torres, una de las bodegas más importantes de la región donde probamos el esplendoroso Chardonnay Milmanda. Sigue el viaje rumbo a los Pirineos, rumbo al frio y la nieve: una comida suculenta en el restaurante El Callu, la famosa escalibada, de vegetales grillados y anchoas, y un guiso para el frio con vinos del Priorat.
Lo mejor sucedería la mañana siguiente, una vista a las iglesias románicas Santa Maria Climent de Taull y San Joan de Boi, lugar declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Allí vimos las conmovedoras pinturas y frescos, con tanto de Bizancio, de estas pequeñas capillas austeras, ascéticas. Estas iglesias nacieron en el siglo X y XI, el romanticismo las restauró y recuperó. Atrás de sus torres aparecen las montañas, los Pirineus, testigos de la historia.
Mucha nieves, demasiada como para un paseo previsto por el Parque Nacional de Aiguestortes y el Lago San Mauricio. Un paisaje deslumbrante y solitario. El almuerzo en El Faull donde también se nos sirvió una reparadora cocina catalana de montaña, mientras caía la nieve. Allí hay que pedir la Escudella, especie de sopa guiso, o la sopa de hongos con foie, manjar absoluto y posible, con algún tinto de denominación catalana. Elejimos un Priorato, por su estructura y su potencia .Casi tres horas mas tarde, llegamos a Seu d`' Urgell, donde visitamos el casco antiguo, con su catedral románica única. La ciudad tiene dos mil años de historia. Abrid bien los ojos para deslumbrarse, ante las ciudades más importantes de todo el Prineo con la catedral de Santa Maria, el claustro y la iglesia de San Miguel antiguo. Y abrid bien la boca y los sentidos una degustación de quesos y chacinados, los mejores de Cataluña, con Denominación de origen.
Nos espera otro excitante traslado, salimos hacia Llivia, donde llegamos una hora y media mas tarde. Llivia es un enclave catalán situado en territorio francés, con orígenes que se remontan a la época de Carlomagno. El hotel Bernat de So es maravilloso por su estéticay diseño. Maravillosa también la cena en el restaurante Can Ventura, en la plaza Mayor de Llivia (mínima, pero Mayor al fin) propiedad de una familia es una cocina sencilla, refinada con los mejores productos de la tierra. Allí probé verduras asadas y un magret de patos alimentados con bellotas (como los chanchitos del famosos Jamón de Jabugo).Experiencia curiosa y rica.
Sigue el viaje gourmet, hacia Olot uno de los campos volcánicos mas antiguos de Europa. En Olot almuerzo en Les Cols, con dos estrellas Michelin, un resto y hotel de diseño importante y austero. Con una huerta de dónde sacan los mejor de la carta. Fueron 12 pasos de bocados mínimos y relucientes, En el menú proclaman que los platos tienen la esencialidad de los alimentos primarios. Asombroso, vanguardista, verdadero. En estas tareas de manduques simples y sofisticadísimos se nos perdió el Museo Dalí. En Figueres. Hay que visitarlo, un mandato para quien merodee por la región. Otra vez será.
Había que seguir, a Besalú, allí nomás, la judería y su casco antiguo.Y otra vez el mar, el mediterráneo en su forma mas absoluta, deslumbrante y pura. El Parador de Turismo de Aiguablava, en Begur, está en los alto de un peñón, desde deslumbra ese azul intenso del mediterráneo. Para eternizarse en este lugar increíble con sus amplias habitaciones y su deliciosa gastronomía marina. Hay que abandonar el paraíso, es una maratón de distancias, información y emociones. Rumbeamos hacia el pueblo medioeval de Pals, con sus callecitas y sus encantos
Quedarse allí, allí. Tampoco. Nos esperan en Girona para visitar el casco antiguo de esta ciudad importante, la antigua judería y sus misterios. Todo rápido, fugaz, demasiado rápido. Nos consiguieron, milagrosamente una mesa en el restaurante de los tres hermanos Roca, El Celler de Can Roca, considerado al momento de la visita el mejor restaurante del mundo. El deslumbrante misterio de esas combinaciones asombrosas creadas por los escabios y los platos. Platos desconcertantes con guiños y paisajes. Josep Roca anduvo por Buenos Aires y emocionó hasta las lágrimas a los amantes del vino. Felizmente, en ese momento pude entrevistarlo para el programa el Club del Buen Beber
Y Joan, el cocinero. Y su hermano, el patissier. Un menú de 12 pasos, armónico como un ballet, con sabores sorprendentes, increíble, combinados con champagne, Riesling, Prioratos, Manzanillas, Borgoñas, Rioja, sakes y otras cosas. Cuatro horas de disfrutes sensoriales profundos, inolvidables. Un concierto de sabores. Solo diré que una visita al Celler significa una zambullida en la creatividad, hay casi una metafísica del comer en los platos que ofrece Joan y su hermanos.
Con los Roca, mamá incluida había estado en un viaje anterior en octubre del 2013, esa vez en el País Vasco, para Gatsronomika, en otro tour organizado por lo españoles. Aquella vez fui, por segunda vez a Mugaritz, que para mi sigue siendo entre los mejores restaurantes del mundo. Pero eso es otra historia que ya contaré.
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