Hay un hombre en mi cocina

Eso puede ser bueno o malo. Si quien cocina es Fernando Trocca, un ser sensible, pausado, imaginativo, es una fiesta. Hay quienes opinan que hombre y mujeres cocinamos diferente. Tengo mis dudas.

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Eso puede ser bueno o malo. Si quien cocina es Fernando Trocca, un ser sensible, pausado, imaginativo, es una fiesta. Hay quienes opinan que hombre y mujeres cocinamos diferente. Tengo mis dudas.


Claro, también se dice, hay diferencias culturales y también genéticas en la forma, el modo, el estilo. los gustos de hombres y mujeres a la hora de cocinar o de comer. Que viene a ser lo mismo. Pero mucho de esto tiene que ver con prejuicios y lugares comunes.

Se piensa, se sostiene y el macho lo confirma (por macho nomás y para creerse más macho): El hombre es un devorador de carnes rojas, de platos incendiarios, de sabores viriles. También se rumorea que el macho detesta el sabor dulce, es amigo del mate cimarrón (amargo), del Fernet, de tinto petróleo…

Si las mujeres asocian la cocina con la práctica gris y cotidiana, siglos de sacrificio, se entiende que no quieran pasar ni un minuto más entre sartenes. Pero eso también es un lugar común. Cocinar es divertido, para nenas, nenes o nenos. Solo una regla: no hay que sufrir. Aunque la cosa arda y las papas quemen…

Hubo un viejo film de Agnes Varda, La felicidad - termina muy mal, se convierte en la infelicidad más absoluta - el olor de los puerros de la sopa perseguía a la pobre mujer engañada. Era su cruz cotidiana esa sopa de verduras para alimentar la prole, mientras el marido se enamoraba de alguien o de algo

Mujeres sufrientes, hombres gozadores. La situación puede ser todo lo contrario. En los tangos hay demasiados varones sufrientes, abandonados bebedores de cimarrón, ginebra y amarguras, versus muñecas bravas disfrutonas bebiendo en su copa de rubio champán. Ni cuchilleros ni muñacas bravas cocinan. Eso no se hacía. Se comía puchero en El Tropezón u ostras en un saloncito del Alvear.

Hombres y mujeres pueden divertirse o sufrir en la cocina. O en la vida. Hay fundamentalistas de las recetas al pie de la letra, entre hombres y mujeres, hay intuitivos improvisados y creativos que a veces deben tirar todo porque algo falló, hay sacrificados y hedonistas. Todos inventamos, mal o bien. Como aconseja el escritor británico Julián Barnes en su ensayo maravilloso El perfeccionista en la cocina, habría que poner su famoso letrero en la puerta de la cocina: “Esto no es una restaurante”. Ya mencioné libro y frase, No importa, me parece genial.

Otro prejuicio, la estética en el diseño de los platos en el ámbito doméstico se supone que está reservado a las mujeres, tengo un hijo cocinero-periodista-pintor: sus platos se disfrutan como una instalación estética, se comen con los ojos, primero, después con el corazón y finalmente con la boca.

Con Trocca me pasa lo mismo. Y eso que no es mi hijo ni mi papá. Eso nos provoca los platos que inventa un hombre en la cocina. Hasta pueden ser erotizantes. Ellos también saben que la comida entra por los ojos. Y los platos de Trocca son un ejemplo. Cuando un hombre cocina bien sus platos estarán sellados por el amor, lo mismo en el caso de las mujeres.

Ay, quisiera tener a Fernando, en mi cocina preparando su risotto de tomates asados, zucchini, queso mascarpone y almendras, o un simple pollo de campo entero, asado con manteca con hierbas, magnas sencilleces. Esos platos no son ni femeninos ni masculinos. Son ricos nomás.

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