Para comer con los ojos

En tiempos de pasión gourmet surge un nuevo oficio. El Food Stylist es quien se ocupa del mensaje del sabor. Debe entrar por los ojos.

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Su especialidad consiste en asesorar a fotógrafos o editores con la estética precisa para que ese plato que aparece en Internet o en una revista nos seduzca aun sin haberlo probado. Por supuesto, estos nuevos profesionales de la buena vida saben de gastronomía, casi todos cocinan y están al tanto de las tendencias.

En cocina hay platos grises y platos glamorosos. Muy difícil tentarse con las fotos de un puchero donde todo se entrevera. Un desafío en este caso para el profesional que deberá, de acuerdo con el cocinero, cambiar la estética aunque no se modifique la esencia, el sabor de las cosas.

Cada Food stylist puede tener su propio estilo, crear a partir de las recetas del cocinero mundos abstractos, como los platos de la cocina japonesa, construcciones minimalistas casi zen o voluptuosas en el estilo de los cuadros del renacentista Archimboldo o casi literarios, platos que cuentan una historia como aquellos Bodegones del siglo XIX.

No comparto la pasión fotográfica masiva en estos tiempos móviles, esa manía de eternizar un plato con el celular para pavonearse en Facebook. No me gusta que un juguetito tecnológico se interponga en ese encuentro con un plato que puede ser inolvidable. O frustrante. Muchas veces la pinta es lo de menos.

Pero, en muchos casos, cuando aparecen reproducidos por esos artistas aliados del cocinero, si los miro, los desnudo con los ojos, me imagino el sabor. Si ese plato que me sedujo fotografiado en una revista cumplió con mis expectativas, está todo dicho, la complicidad entre el cocinero, el food stylist y el fotógrafo ha sido un éxito. Hasta un choripán puede tener su estética, es el food stylist quien le encuentra su alma. Y la transmite.