Cada plato es un viaje, una incursión por el barrio, por la infancia o por el planeta. Las conversaciones en la mesa, esas que tienen como sujetos a la comida son universales. Por exceso o por carencias.
Ya lo sostuvo Brillat Savarin: en la mesa no se debe hablar de política ni de religión. Sí, sobre estos platos que estamos disfrutando. O estamos criticando. En la mesa la comida es el único discurso lógico. Los otros, indigestan.
Cualquiera puede comprobarlo por experiencia. Las discusiones dejan un sabor amargo, ni hablar de las peleas familiares de los domingos al mediodía, un punto que Savarín parece no haber tenido en cuenta. Claro, era francés, no descendía de italianos.
Pero son los italianos quienes saborean sus palabras y sus recuerdos de situaciones y sabores, de aromas y gustos, de los platos y sus circunstancias. Petrarca, el gran poeta, ya se lamentaba que los italianos prefirieran hablar de comida antes que de literatura.
Hace un par de años apareció un libro editado por la Colección los 5 Sentidos, de Tusquets. Es de la rusa Elena Kostoiukovitch, traductora al ruso de la obra de Umberto Eco, el autor de El nombre de la Rosa, quien prologó la obra que lleva el título “ Por qué a los italianos les gusta hablar de comida”, un libro que recomiendo fervorosamente, por divertido , enriquecedor y útil, también a la hora de cocinar. Allí podrá encontrar datos imprescindibles: desde la historia del aceto balsámico, surgido en el siglo XI hasta los productos imprescindibles para una
bagna cauda.