Este año resultó en un ramillete de viajes gastronómicos. Esta vez me tocó conocer el sur de Chile: y aún después de tanto recorrer, saborear y experimentar, debo decir que me sorprendió lo que encontré…
El sur de Chile resultó muy distinto a lo que esperaba. Imaginaba otro tipo de paisaje, algo más parecido quizás al de nuestra Patagonia: más árido, hostil y ventoso. Pero, para mi sorpresa, el escenario chileno me remitió más bien a los paisajes del norte de Italia, de Suiza o el Sur de Alemania. Más tarde comprobaría que la colonia alemana es muy importante en esta región de Chile, y es perfectamente comprensible que estos pobladores se sientan en casa. Colinas de un verde parejo e intenso, como si estuvieran forradas en una alfombra perfecta; casitas de madera pintadas de colores pastel y un lago imponente donde nada desentona, todo está en armonía.
Éste es el marco en el que se llevó a cabo la cuarta edición del festival gastronómico “Sabores y Sensaciones del Ranco” que busca, además de enaltecer los productos chilenos, atraer turismo en temporada baja. Fui invitado, junto a los dos cocineros y amigos Takehiro Ohno y Soledad Nardelli, a cocinar con productos típicos chilenos. Más precisamente, aquellos ingredientes que se encontraban en el mercado de productores. La oferta no era poca: miel, quesos de cabra, maqui (fruto típico), merkén (especia típica chilena a base de ají ahumado y semillas de cilantro), chocolates, etc.
Arribamos el jueves 30 a Puerto Montt y desde allí fuimos llevados hasta Coique, a 3 horas de automóvil. Llegando a Río Bueno, localidad de paso, el paisaje ya era llamativo y auguraba una estadía más ligada con el placer que con el trabajo. Nuestra cabaña estaba situada frente al lago y apenas a una cuadra del festival.
Con Ohno y Sole ya habíamos viajado juntos hace poco a Barranquilla, como les conté entonces; así que sabíamos que funcionábamos bien juntos conviviendo. Los cocineros solemos ser maderas difíciles de roer a la hora de interactuar entre nosotros, pero lo cierto es que entre los 3 se generó una química muy linda de mucho compañerismo y buena onda. Cada uno tuvo 2 clases de cocina, más la inaugural, que fue en conjunto. En apenas 20 minutos, preparamos nuestras versiones de las tortillas de rescoldo, un pan chato muy típico que se cocina en cenizas, ante la mirada atenta de las autoridades de la comuna.
Ohno -ya prácticamente un padrino en esta feria, por tratarse de su tercera participación- dio cátedra sobre el uso correcto del cuchillo y emocionó a todos con sus historias de vida. El cierre a su cargo tuvo de todo: emoción, recetas y baile con todos los participantes del festival.
Sole Nardelli, por su parte, hizo gala de su simpatía, inagotable curiosidad y energía arrasadora. Expuso en conjunto con productores y hasta se dio el lujo de dar una clase de cocina sobre golosinas, especialmente dedicada a los niños, con banda sonora de Xuxa de fondo incluida, en la que se consagró como la “reina de los bajitos en la cocina”. A mí me tocó hacer la clase inaugural (en la que preparé dos platos, uno dulce y otro salado, como “para ir entrando en clima”); y el domingo, otra clase en la que presenté dos ideas con salmón rosado, pescado amado si los hay, y tan propio de este país.
Algo que me sorprendió fue descubrir las habilidades chilenas en el manejo de las brasas. Carlos, parrillero avezado, junto a su mujer Isa y su inquieto hijo de 11 años Vicente, se encargó de alimentarnos muy bien. El cordero fue el protagonista absoluto por parte de Charly, mientras que Isa se despachó con una penca de salmón entera con ajo, mantequilla y eneldo (el sabor de la mantequilla en el sur de Chile también merece una mención especial). Vicente se ganó el corazón de todos atendiendo las mesas con mucha dedicación y un profesionalismo poco común a su edad.
Las sopaipillas, una masa de harina y levadura frita parecidas a nuestras tortas fritas, con pebre, un hermano más “latino” de nuestra salsa criolla, sirvieron de picada. Dos noches cenamos en una parrilla frente al lago empanadas de ají gallina con pasta de ají verde (muy picante!), trucha blanca y carne a la parrilla. Los cortes de la vaca reciben nombres distintos a los que les damos acá pero el sabor era sobresaliente. ¿Postres? Castañas en almíbar con crema, panqueques rellenos con helado, torta merengada de frambuesas. Pudimos probar también excelentes tintos de Carmenere, cepa emblemática chilena, quesos de la región y chocolates artesanales.
Para amenizar el festival -y porque no todo es cocina-, hubo un desfile de autos antiguos y con Sole jugamos a elegir nuestros favoritos. También habían puestos de tejidos típicos, objetos trabajados en madera (Sole me regaló, a título de adelanto de cumpleaños, una tabla hecha con distintos tipos de maderas como laurel), y artesanías varias, entre las cuales destacaban las de Sibila, una chilena descendiente de alemanes, que trabajaba el gres, un tipo de pasta cerámica. Me gustaron tanto que no me importó cargar con dos bolsas de ellas en la mano durante todo el trayecto de vuelta a casa.