Los griegos le asignaban una simbología especial al Huevo de Orfeo y los hindúes adoraban el Huevo de Oro de Brama. Lo cierto es que el huevo es la más perfecta forma- preguntad al filósofo presocrático Parménides- y el de Pascua todo un ícono.
Desde los principios de la civilización, el huevo fue considerado símbolo del origen de todas las cosas. Cientos de años antes de Cristo los antiguos persas pintaban y comían huevos en el equinoccio de primavera. Recordemos que en el hemisferio norte la primavera comienza en el mes de marzo.
En muchas iglesias de Europa, Siria y Egipto, en Pascua se suspendían huevos de avestruz sobre el altar, y también se vendían en el atrio de Notre Dame durante toda la Edad Media.
Pero no sólo los huevos de diferentes aves, convenientemente esmaltados, o los de
chocolate con sorpresas adentro representan ese simbolismo ancestral.
Hace mucho tiempo que joyeros de distintas épocas tomaron al huevo como la forma perfecta, como el cofre cósmico. En esa tradición sobresalen los huevos hechos por el joyero Cartier, pero sobre todo, los ejecutados por Fabergé, genios del art nouveau.
En muchas ciudades del norte de Europa los huevos de Pascua adquieren otras dimensiones, menos consumistas. No son de chocolate. Los chicos de la familia deben buscar en los rincones de la casa o el jardín, huevos reales, duros y pintados. Más participativo y menos caro.