Se lo considera el aguardiente nacional ruso.
Como tantos
spirits, se empezó a elaborar en el Medioevo, en monasterios polacos como medicina. Se convirtió en popular en Occidente, sobre todo en Estados Unidos, después de la Primera Guerra Mundial.
“Inodoro, incoloro e insípido”. Así se definió a este
destilado de cereales o de papas, y a veces hasta de uvas, cuyo contenido alcohólico puede oscilar entre los sensatos 40 grados hasta los 95 grados, en casos extremos.
Supo ganarse un lugar importante como
bebida social. No sólo por su carácter ubicuo y versátil como integrante en mezclas universales, como el
Bloody Mary por ejemplo.
También fueron sus virtudes de invisibilidad las que lo coronaron como uno de los
tragos favoritos. Y es que el
vodka no deja rastros en el aliento. Por otro lado, se dice que, por su pureza, produce menos resaca que otros aguardientes.
Pero no todos los
vodkas son tan ascéticos y minimalistas. Algunos están aromatizados con limón, frutos rojos o
hierbas. Una de las más populares es la hierba con la que se alimentan los bisontes en
Rusia.
En cuanto al acompañamiento gastronómico, el mejor acuerdo para
gourmets es
vodka y
caviar, pero ruso por supuesto.