No engorda, es sano y levanta el alma marchita.
El ceviche tuvo su momento de gloria absoluta hace unos años, quien lo conoce lo adopta para siempre, sobre todo en verano.
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En realidad, para los peruanos (y lo sé muy bien pues mi padre Manuel Checa era peruano y además viví un año en Lima a donde vuelvo cuando puedo) es un plato diurno, del mediodía, antes del almuerzo para aprovechar el pescado fresquísimo.
Se necesita limón verde, algún ají bien hot (me gusta con ají amarillo), cebolla colorada, ajo, sal y jengibre. Se puede añadir cilantro.
Importante: no lo deje marinar más de 30 minutos. Se macera el pescado y se lo sirve “inmediatamente o antes”, como me dijeron allá.
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En estas tierras puede usar abadejo, corvina (lo mejor), chernia o pejerrey, cortado en cubitos o en tiras. El mixto puede llevar cualquier bicho marino, en especial langostinos y mejilones. En Chile probé un ceviche de erizos, la gloria.
Se lo sirve con choclo, del tipo que consiga, y boniato.
Según los cevicheros, la compañía perfecta es la cerveza. A mí me gusta con un torrontés salteño, de Cafayate o de Cachi, muy frio. Dos intensidades con aromas y sabores que no pelean.
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