Nada para tirar

Todo para probar. Hojas, casi todas. De remolachas o rabanitos. Pencas de acelga, tallos de brócoli, hojas de hinojo forman parte de un reino vegetal sano y” posibilidoso”, como solía decir Miguel Brascó.

Por Elisabeth Checa
15 de Diciembre de 2015
Estas son  solo algunas ideas para aprovechar al máximo toda esa hojarasca que ocupa lugar en la heladera y que termina en el rincón de los recuerdos muertos ( tango), es decir en el recipiente para la basura. Esto es solo un cuentito, algunos recuerdos y algunos tips que espero les resulte útil a la hora de inventar.

Las tortillas son infinitas. Recurso raudo y económico cuando hay poco tiempo y poco vento (dinero). En una reciente excursión a un mercado orgánico del barrio porteño de Palermo Hollywood, una cooperativa nada glamorosa pero donde se consiguen productos notables, compré, entre otras cosas remolachas, acelgas y rabanitos.

Remolachas deliciosas, chicas, redonditas, del mismo tamaño, las pobres estaban perdidas, tapadas en una selva de hojas. Por supuesto la verdulera pesó todo, raíces y hojas.

A la hora de acomodarla, corté la hojarasca y estaba a punto de tirarla cuando un amigo me anuncia que el construiría una tortilla de hojas de remolacha. Con cebolla caramelizada, y eso sí, los huevos de campo que acabamos de comprar en el mercado. Salió genial, gorda, con las hojas entreveradas, verdes y  moradas.

 En el menú de los miércoles de Oviedo detecté que  sirven buñuelos de hojas de remolacha con ricota. La masa de los buñuelos bien aérea, una nube. En Francia le añaden cervezas a la "pâte- a frire", según una fórmula tradicional.  Así  las hice con lo que me quedaban de las hojas y la acompañe con una salsa aioli, esa salsita catalana  con el ajo -hervido en leche como- protagonista- más briosa que  ricota.

Había apartado lagunas de estas hojas para recrear una antigua receta nórdica: hamburguesas, con remolacha rallada y hojas de remolacha. Buenísimas con salsita de mostaza medio dulzona, como le gusta a los nórdicos.  Y una cerveza roja.

Con las hojas de rabanito, otra tortilla: otro sabor, más picante, más raro, más todo. No se me ocurre que otra cosa se puede hacer con esas hojas de estas crocanteces, los rabanitos frescos, de estación, bien chiquitos que cada día me gustan más, perfectas a la hora del hambre, para picotear con sal gruesa.

A las remolacha en cuestión las hice encurtidas, a la manera sueca: hervidas y cortadas en rodajas, aderezadas con vinagre, azúcar, clavo laurel y, a falta de dill (eneldo), hojas de hinojo. Esas hojas quedan bien entreveradas en una ensalada verde o condimentando un pescado.

Las pencas de acelga es cosa  sabida y antigua. Son maravillosas. Las de la infancia eran gratinadas horno, cocidas previamente, con manteca, crema y gruyère.  Más tarde, en épocas de vacas flacas, las  devoré fritas, panadas con pan rallado y, en invierno, con la salsa de la Bagna Cauda.

Hay algo para hacer con los tallos de brócoli: hervidos, pueden  freírse al estilo tempura. O utilizarlos para añadir a la salsa de brócoli, ajo y anchoas para las pastas.

¿Qué más?  La parte verde de la cebolla de verdeo para lo que venga, desde dips de ricotta, hasta empanadas sutiles. Omelette con esas verdes que  también estaban destinados a la nada, son perfectas. Jugar a que es la más difícil y más cara ciboulette o cebollín. Nada se pierde, todo se transforma.