Escapada gourmet a Carmelo
El Carmelo Resort y Spa, en Uruguay es un lugar salvaje y refinado. Desde la terraza del enorme, confortable bungalow con algo de estética del sudeste asiático puedo vislumbrar el resplandor de un lejano/cercano Buenos Aires. Lugar perfecto para un weekend gourmet.
Por Elisabeth Checa
28 de Mayo de 2015
No hay jardines, solo arena, bosque, cortaderas, y esos prolijos caminos que llevan desde las habitaciones, dúplex y bungalows hasta el Lobby y el restaurante Pura, donde este fin de semana tuve deslumbrantes experiencias gourmet.
Primera noche en la vieja bodega Narbona, que ya conocía, su antigua casa, tan del campo uruguayo con sus galerías y el restaurante que parece un viejo almacén de Ramos Generales. Tiene pocas habitaciones, amuebladas con antiques, y pertenece a la prestigiosa cadena Relais & Châteaux. Allí un chef joven preparó bocados ricos, con los mejores productos de esta tierra, en especial el conejo braseado con polenta, acompañado por los vinos de la bodega.
La noche siguiente fue el turno para el iluminado chef del hotel Lucas Curcio Perez, un excelente cocinero conocido por los gourmets porteños por su restaurante a puertas cerradas. Joven, perfil bajo, minucioso. Creativo. La cosa empezó con una Bretona (masa sableé) con maíz y queso Saint Marcelline, ese especialidad lionesa, que elaboran ahora en el Tambo Narbona, asesorados por un experto francés. Después una trucha a la sartén con vegetales marinados de la huerta Don Antonio. El cuarto paso fue un tierno pato (magret) curado. Levemente dulce con zucchini tibio, avellanas tostadas y agridulce de peras. Rico, rico. Acompañaron los vinos de Narbona, entre los cuales aprecio sobre todos el Sauvignon Blanc, mineral y algo salado. Nervioso.
Al día siguiente , asado en Narbona, también una obra impecable de Lucas Curcio y las carnes uruguayas, raros cortes como ese llamado bife de vacío, finito y ó la Picaña de cordero, nada mejor para el Tannat, la variedad insignia uruguaya. A la hora de los postres, otra especialidad del Tambo Narbona: el mejor dulce de leche que probé en mi vida. Leve, ningún empalago. Tan bueno como los yogures naturales que sirven en el desayuno del Resort, también del Tambo.
A la noche, Martin Molteni cocinó, como lo hacen de tanto en tanto para este Carmelo Resort, otros grandes cocineros (Fernando Trocca, Pablo Massey o Juan Gaffuri), un menú perfecto que empezó con langostinos apenas gratinados, gotas de caviar y vinagreta de lima. Hay que decir que el caviar es también un milagro uruguayo, como el esturión del tercer paso. Ese esturión que ya produce un caviar bueno y caro, se sirvió a la manteca con alcaparras y romero, puré de boniato, zanahorias baby y kummel. Antes hubo una idea para copiar: mollejas de cordero, manzanas y cebollas encurtidas, chutney de mango y trigo sarraceno. El último paso trajo a un cochinillo tratado como se merece el mejor chanchito tierno, cocido 12 horas, membrillos al vino blanco y radicchio braseado. Acompañaron los vinos de la colección Rutini con sus obras maestras firmadas por ese gran enólogo Mariano Di Paola, fan del Resort.
Este lugar crea adictos: es una escapada genial, para tener en cuenta a la hora de huir de ruidos mundanales. El Spa incluye yoga, masajes y otros mimos para el cuerpo.
Hay varias vías de acceso: elegí Buquebus. Una hora hasta Colonia y después 40 minutos de auto entre Colonia y Carmelo, admirando ese paisaje boscoso y “levemente ondulado”, como me lo describió el orgulloso taxista uruguayo.
Primera noche en la vieja bodega Narbona, que ya conocía, su antigua casa, tan del campo uruguayo con sus galerías y el restaurante que parece un viejo almacén de Ramos Generales. Tiene pocas habitaciones, amuebladas con antiques, y pertenece a la prestigiosa cadena Relais & Châteaux. Allí un chef joven preparó bocados ricos, con los mejores productos de esta tierra, en especial el conejo braseado con polenta, acompañado por los vinos de la bodega.
La noche siguiente fue el turno para el iluminado chef del hotel Lucas Curcio Perez, un excelente cocinero conocido por los gourmets porteños por su restaurante a puertas cerradas. Joven, perfil bajo, minucioso. Creativo. La cosa empezó con una Bretona (masa sableé) con maíz y queso Saint Marcelline, ese especialidad lionesa, que elaboran ahora en el Tambo Narbona, asesorados por un experto francés. Después una trucha a la sartén con vegetales marinados de la huerta Don Antonio. El cuarto paso fue un tierno pato (magret) curado. Levemente dulce con zucchini tibio, avellanas tostadas y agridulce de peras. Rico, rico. Acompañaron los vinos de Narbona, entre los cuales aprecio sobre todos el Sauvignon Blanc, mineral y algo salado. Nervioso.
Al día siguiente , asado en Narbona, también una obra impecable de Lucas Curcio y las carnes uruguayas, raros cortes como ese llamado bife de vacío, finito y ó la Picaña de cordero, nada mejor para el Tannat, la variedad insignia uruguaya. A la hora de los postres, otra especialidad del Tambo Narbona: el mejor dulce de leche que probé en mi vida. Leve, ningún empalago. Tan bueno como los yogures naturales que sirven en el desayuno del Resort, también del Tambo.
A la noche, Martin Molteni cocinó, como lo hacen de tanto en tanto para este Carmelo Resort, otros grandes cocineros (Fernando Trocca, Pablo Massey o Juan Gaffuri), un menú perfecto que empezó con langostinos apenas gratinados, gotas de caviar y vinagreta de lima. Hay que decir que el caviar es también un milagro uruguayo, como el esturión del tercer paso. Ese esturión que ya produce un caviar bueno y caro, se sirvió a la manteca con alcaparras y romero, puré de boniato, zanahorias baby y kummel. Antes hubo una idea para copiar: mollejas de cordero, manzanas y cebollas encurtidas, chutney de mango y trigo sarraceno. El último paso trajo a un cochinillo tratado como se merece el mejor chanchito tierno, cocido 12 horas, membrillos al vino blanco y radicchio braseado. Acompañaron los vinos de la colección Rutini con sus obras maestras firmadas por ese gran enólogo Mariano Di Paola, fan del Resort.
Este lugar crea adictos: es una escapada genial, para tener en cuenta a la hora de huir de ruidos mundanales. El Spa incluye yoga, masajes y otros mimos para el cuerpo.
Hay varias vías de acceso: elegí Buquebus. Una hora hasta Colonia y después 40 minutos de auto entre Colonia y Carmelo, admirando ese paisaje boscoso y “levemente ondulado”, como me lo describió el orgulloso taxista uruguayo.