Carnes, vinos y suspiros porteños
La parrilla Don Julio, mi segundo lugar en el mundo, acaba de cumplir 16 años, el mismo tiempo en que me mudé casi en frente, en Palermo Viejo. El lugar de Pablo Rivero ha dejado de ser una mera parrilla barrial, los productos, los vinos y el servicio lo ubican entre los lugares más recomendables de Buenos Aires para locales y foráneos.
Por Elisabeth Checa
10 de Junio de 2015
Por muchas razones amo Don Julio, en primer lugar porque lo vi crecer y mozos y parrilleros ya forman parte de mi familia. Cuando he organizado cata para extranjeros, por ejemplo la degustación organizada del año pasado para José Peñín, el mayor experto en vinos de España, resultan un éxito.
Y, principalmente, porque el parrillero Pepe sabe sacar mi entraña, lomo o bife de cuadril en el punto exacto. Fueron ellos los que bautizaron a esta cocción, roja adentro pero caliente, y bien dorada por fuera, Punto Checa. Como hablé de ese tema, del punto de las cosas en el programa que tuve en el canal 13, la fama del punto Checa se extendió y me paran en la calle para preguntarme detalles. Los mando a Don Julio, a hablar con Pepe. Don Julio se destaca, además por la excelencia de los cortes con materia prima de primera calidad. Toda la carne que se sirve es de pasturas. Vacas sanas, tiernas y sabrosas.
Otras atracciones irresistibles en la parrilla de la esquina de Guatemala y Gurruchaga: las empanadas, por ejemplo, delicadas, deliciosas, casi adictivas. En el último Masticar Pablo Rivero vendió en su stand, casi 10.000 empanadas.
Desde hace muy poco tiempo se incorporó al equipo Próspero Velasco y sus maravillosos postres, que me pueden, pese a no ser dulcera. Próspero es alguien con larga trayectoria como patissier, está considerado entre los mejores en su rubro. Algunas de sus más destacadas dulzuras son el suspiro porteño: crema untuosa de dulce de leche, brownie, nueces acarameladas y merengue de coco y avellanas; crostata de limón con crema de mascarpone y frambuesa; flan casero con tuile de miel y crema batida; cremoso de chocolate con tostadas, oliva y sal de aquí (sal marina de la Patagonia); mousse helada de maracuyá con naranja, pomelo rosado y ananá, entre otras opciones.
Pablo Rivero es sommelier y en su carta figuran 380 etiquetas elegidas por él, los visitantes pueden firmar su botella, por eso las paredes de ladrillo de la vieja casona de Palermo está cubierta de mensajes en una botella, un acción que adoran los visitantes extranjeros, que se reencuentran con aquella botella que alguna vez bebieron.
El lugar es punto de reunión de cocineros, sommeliers y enólogos ilustres: lo frecuentan, por ejemplo, Gastón Acurio o el toscano Cipresso de Achaval Ferrer cuando están en Buenos Aires, fascinados por los placeres de la carne.
Abre todos los días, mediodía y noche. Música muy bien elegida entre jazz, Chabuca Granda, temas latinos, tangos, esas cosas. Para las noches frescas existen chales salteños de llama para abrigarse bajo las estrellas. Quien hubiera imaginado estas sofisticaciones cuando el mismo lugar era solo frecuentado por los añosos vecinos de un Palermo que cambio definitivamente y está cada vez mejor. Como Don Julio.
Y, principalmente, porque el parrillero Pepe sabe sacar mi entraña, lomo o bife de cuadril en el punto exacto. Fueron ellos los que bautizaron a esta cocción, roja adentro pero caliente, y bien dorada por fuera, Punto Checa. Como hablé de ese tema, del punto de las cosas en el programa que tuve en el canal 13, la fama del punto Checa se extendió y me paran en la calle para preguntarme detalles. Los mando a Don Julio, a hablar con Pepe. Don Julio se destaca, además por la excelencia de los cortes con materia prima de primera calidad. Toda la carne que se sirve es de pasturas. Vacas sanas, tiernas y sabrosas.
Otras atracciones irresistibles en la parrilla de la esquina de Guatemala y Gurruchaga: las empanadas, por ejemplo, delicadas, deliciosas, casi adictivas. En el último Masticar Pablo Rivero vendió en su stand, casi 10.000 empanadas.
Desde hace muy poco tiempo se incorporó al equipo Próspero Velasco y sus maravillosos postres, que me pueden, pese a no ser dulcera. Próspero es alguien con larga trayectoria como patissier, está considerado entre los mejores en su rubro. Algunas de sus más destacadas dulzuras son el suspiro porteño: crema untuosa de dulce de leche, brownie, nueces acarameladas y merengue de coco y avellanas; crostata de limón con crema de mascarpone y frambuesa; flan casero con tuile de miel y crema batida; cremoso de chocolate con tostadas, oliva y sal de aquí (sal marina de la Patagonia); mousse helada de maracuyá con naranja, pomelo rosado y ananá, entre otras opciones.
Pablo Rivero es sommelier y en su carta figuran 380 etiquetas elegidas por él, los visitantes pueden firmar su botella, por eso las paredes de ladrillo de la vieja casona de Palermo está cubierta de mensajes en una botella, un acción que adoran los visitantes extranjeros, que se reencuentran con aquella botella que alguna vez bebieron.
El lugar es punto de reunión de cocineros, sommeliers y enólogos ilustres: lo frecuentan, por ejemplo, Gastón Acurio o el toscano Cipresso de Achaval Ferrer cuando están en Buenos Aires, fascinados por los placeres de la carne.
Abre todos los días, mediodía y noche. Música muy bien elegida entre jazz, Chabuca Granda, temas latinos, tangos, esas cosas. Para las noches frescas existen chales salteños de llama para abrigarse bajo las estrellas. Quien hubiera imaginado estas sofisticaciones cuando el mismo lugar era solo frecuentado por los añosos vecinos de un Palermo que cambio definitivamente y está cada vez mejor. Como Don Julio.