Breves reflexiones sobre fracasos en la cocina
Por Elisabeth Checa
8 de Septiembre de 2015
No se puede cocinar mientras se escribe una nota en el escritorio, se habla por teléfono, se duerme una breve siesta, se termina una novela de Saer, se ve un film en Europa Europa. Se suceden las catástrofes. Hay que estar al pie del fogón.
Leo y releo el libro del escritor inglés Julian Barnes, “El perfeccionista en la cocina” comentado alguna vez en esta página. Sigo recomendándolo, como lo hice hace casi diez años. Barnes, con inteligencia y humor británico cuenta sus entreveros y aventuras con los fuegos y la cacerolas, situaciones con las que cualquier cocinero amateur puede identificarse.
En casi toda la obra de Julian Barnes hay guiños gourmet aun en las situaciones existenciales más complicadas. Barnes es alguien que sabe del tema e inclusive, como confiesa en este libro en algún momento fue crítico gastronómico. Sabe que nunca será un gran cocinero autor de platos creativos.
En mi caso, de tanto merodear por restaurantes, cantinas, bodegones y mercados del mundo, después de años de redactar recetas para revistas, lo mío es el invento, la creatividad, las fusiones. Los rebusques con lo que hay ese día en la heladera.
A veces resulta, a veces no. Ay, no siempre sale recuperar aquella receta marroquí que alguna vez hice para mis hijos a la vuelta de un viaje. La repetí ayer. Fracaso absoluto, poca salsa para el cous cous que acompañaba el plato. El pollo con aceitunas, profusamente especiado, salió seco y gris. Mis generosos invitados aplaudieron. El vino, un Malbec de vertiginosa altura salteña lo merecía, mi plato no.
Una mirada crítica sobre mi omnipotencia y la de algunos conocidos. Sé que si uno no es profesional y las recetas son caóticas y poco claras, la cosa puede complicarse. Una receta seguida al pie de la letra no garantiza nada. Hay muchos factores, el producto, el primero de ellos. Sé que si no estoy en onda puedo arruinar cualquier producto. Como arruiné mi pollo orgánico, con demasiado comino también orgánico de Cachi.
Después de frustraciones y fracasos, Barnes no abandona la cocina, solo puso un letrero en la puerta: Esto no es un restaurante. Lo imitaré.
Nuestros invitados y uno mismo debe saberlo. Por suerte mi casa no es restaurante donde mozos obsecuentes me agobian, o donde debo pasar tres horas probando y tomando notas al mismo tiempo. Es mi casa, mi patria. Un delicioso bulin-aguantadero, con muchos vinos, muchos libros, mucha música.
Vuelvo a Barnes. Imperdible el capítulo titulado El cajón de abajo “...el cajón donde viven objetos de uso esporádico, donde todo está revuelto y es furtivo, y en el que introduces una mano cautelosa, porque no sabes donde acechan las puntas afiladas...” Descubrí anoche que en mi cajón de abajo conviven la biblia junto al calefón, el cuchillito para abrir ostras, la mandolina, el pica ajo, y muchos, demasiados cuchillos de asado, sobre todo para alguien que no cuenta con parrilla en su departamento. Peligrosísimo.
Leo y releo el libro del escritor inglés Julian Barnes, “El perfeccionista en la cocina” comentado alguna vez en esta página. Sigo recomendándolo, como lo hice hace casi diez años. Barnes, con inteligencia y humor británico cuenta sus entreveros y aventuras con los fuegos y la cacerolas, situaciones con las que cualquier cocinero amateur puede identificarse.
En casi toda la obra de Julian Barnes hay guiños gourmet aun en las situaciones existenciales más complicadas. Barnes es alguien que sabe del tema e inclusive, como confiesa en este libro en algún momento fue crítico gastronómico. Sabe que nunca será un gran cocinero autor de platos creativos.
En mi caso, de tanto merodear por restaurantes, cantinas, bodegones y mercados del mundo, después de años de redactar recetas para revistas, lo mío es el invento, la creatividad, las fusiones. Los rebusques con lo que hay ese día en la heladera.
A veces resulta, a veces no. Ay, no siempre sale recuperar aquella receta marroquí que alguna vez hice para mis hijos a la vuelta de un viaje. La repetí ayer. Fracaso absoluto, poca salsa para el cous cous que acompañaba el plato. El pollo con aceitunas, profusamente especiado, salió seco y gris. Mis generosos invitados aplaudieron. El vino, un Malbec de vertiginosa altura salteña lo merecía, mi plato no.
Una mirada crítica sobre mi omnipotencia y la de algunos conocidos. Sé que si uno no es profesional y las recetas son caóticas y poco claras, la cosa puede complicarse. Una receta seguida al pie de la letra no garantiza nada. Hay muchos factores, el producto, el primero de ellos. Sé que si no estoy en onda puedo arruinar cualquier producto. Como arruiné mi pollo orgánico, con demasiado comino también orgánico de Cachi.
Después de frustraciones y fracasos, Barnes no abandona la cocina, solo puso un letrero en la puerta: Esto no es un restaurante. Lo imitaré.
Nuestros invitados y uno mismo debe saberlo. Por suerte mi casa no es restaurante donde mozos obsecuentes me agobian, o donde debo pasar tres horas probando y tomando notas al mismo tiempo. Es mi casa, mi patria. Un delicioso bulin-aguantadero, con muchos vinos, muchos libros, mucha música.
Vuelvo a Barnes. Imperdible el capítulo titulado El cajón de abajo “...el cajón donde viven objetos de uso esporádico, donde todo está revuelto y es furtivo, y en el que introduces una mano cautelosa, porque no sabes donde acechan las puntas afiladas...” Descubrí anoche que en mi cajón de abajo conviven la biblia junto al calefón, el cuchillito para abrir ostras, la mandolina, el pica ajo, y muchos, demasiados cuchillos de asado, sobre todo para alguien que no cuenta con parrilla en su departamento. Peligrosísimo.