Sandia, como el agua o las nubes

Una tajada de sandía helada, bien de mañanita, antes del cimarrón, del café o del champagne nos reconcilia con el mundo. El verano es su momento.

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Una tajada de sandía helada, bien de mañanita, antes del cimarrón, del café o del champagne nos reconcilia con el mundo. El verano es su momento.


Pertenece a la misma familia de las cucurbitáceas (como el pepino y el melón). Su gracia es la de tener poca gracia en cuanto a sabor. Es una sensación, un flechazo, casi sin gusto ni aromas, pura textura, sabor y agua. Agua es su esencia, tiene muy pocas calorías pero posee vitaminas B y C. Energía sin rollos, que más podemos pedir en estos tiempos difíciles. Por poquísimos pesos. Ideal para anorexias del cuerpo y el bolsillo.

Estas son algunas ideas sobre qué podemos hacer con esta pasión del mediterráneo. Ante todo, no crea en el mito de aquel nono italiano que mezcló sandía con tinto y chau, se fue. No habrá sido la sandía, mas bien la damajuana.

En todo caso la versión mas asombrosa, una desconcertante transfiguración la probé en el restaurante Mugaritz del genial Andoni Luis Aduriz, en el País Vasco, cuando aparecio un carpaccio ¿de qué? Ninguno de los comensales, tres en total, yo y mis hijos, pudo descubrirlo. Era sandia, con otra identidad. Transfigurada en cuerpo y alma, por la textura, el sabor el aliño. El mago Andoni le cambió el ser.

Menos jugadas, tengo algunas preferencias y fórmulas personales: ensalada de cubos de sandía, melón y duraznos blancos, sin azúcar, aderezada con jengibre fresco y una copa del Syrah rosé Santa Julia.


El mismo vino puede acompañar a un plato de verano, fácil y sensual: couscous preparado como siempre. En el paquete del couscous precocido marca Ferrero, ese que se consigue en todo el mundo, están las indicaciones. Sírvalo con unas gotas de oliva y trozos de sandía. Un amigo del Maghreb me jura que si a esa mezcla se le añade miel, desaparece hasta la más existencial de las resacas.

En la Provenza, sacan una tapa a la sandía chica, esa redonda, de sabor más brioso y color más subido y la llenan con vino Tavel, un rosado de allá. Sugiero hacer lo mismo con el Amalaya Rosé. Debe enfriar en la heladera y servir en una fuente con mucho hielo. Nada mejor para después de un asado al sol.

Y hasta le descubrí en mi Gin Tonic en Bernata, ese bar de Palermo Soho para alucinar Madrid, un mínimo y solitario trozo flotando entre el hielo. Añadió una pizca de rareza, un placentero desconcierto.

En México la toman licuada, pero sin agua, solo la que suelta la propia sandía. Como beber una nube del crepúsculo. Para compensar tanta liviandad, coloque a lado y a mano, una copita con tequila.

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