Saudades de Portugal, sus platos y sus vinos

Un viaje a Oporto, cuyo barrio antiguo fue declarado  Patrimonio de la Humanidad  por la UNESCO y una visita fugaz a otras regiones del norte de Portugal. Suculentas especialidades, vinos y oportos formaron parte del  emocionante paisaje sensorial.

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Un viaje a Oporto, cuyo barrio antiguo fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y una visita fugaz a otras regiones del norte de Portugal. Suculentas especialidades, vinos y oportos formaron parte del emocionante paisaje sensorial.


Mágica hora azul para disfrutar un trago fresco y brioso, perfecto para la sed de este amable verano boreal. Oporto, junto al mar, tiene el privilegio de ser acariciada por esas saladas, frescas brisas atlánticas. El oporto blanco seco es protagonista del trago bautizado Portonic, ligero y bueno para cualquier momento del día o de la noche.

Estamos en Gaia, la margen izquierda del río Douro. Un puente impresionante, construido por Eiffel, vertiginoso por su altura aunque de grácil diseño une las dos orillas, Porto y Gaia. La luz es esfumada. Oporto es ocre y amarilla, con algunos matices sepia, el color de los Tawny y del Oporto blanco.

Esa noche, una comida con vino verde como introducción, ese vino de la región del Minho, joven, frutado y fresco, con estrellitas que estallan en el paladar. Vinos crocantes, vinos de aguja elaborados, casi todos a partir de Albarinho. También acompañamos algunos platos-perdices, por ejemplo, de caza no de criadero-con notables tintos del Douro para terminar con quesos, postre y Oporto muy añejos-.

Era la noche de San Juan, la gran fiesta de la ciudad cuando el cielo se ilumina, de pronto, con fastuosos fuegos de artificio que alumbran el Duero, el puente, las casas y los barcos.

Al día siguiente participé en una regata por el Douro, con barcos a vela, aquellos que trasportaran hace añares los barriles desde las Quintas hasta las cavas de crianza en Gaia. Una competencia divertida entre todas las casas de oporto. Esta vez el viento nos falló en contra, nuestra barca de Ferreira no ganó, pero la corta travesía tuvo un coté gourmet, un fresco Mateus Rosé, con bocados deliciosos, especialmente las samosas, empanaditas fritas rellenas de carne especiada con curry, de origen indio. Claro, Goa, cerca de Bombay fue una de las colonias portuguesas y sus huellas culinarias aun persisten. Los portugueses aman la cocina especiada.

El almuerzo en la cave de Ferreira fue suculento, especialmente el omnipresente bacalao, guisado con grelos, ese vegetal también usado por los vecinos gallego.

Partimos luego para la región del Minho, la zona del famoso vinho verde y nos alojamos en la Quinta do Azevedo, una antigua mansión con enormes tapices flamencos y una torre que data del siglo XI. En el jardín un laberinto vegetal casi borgeano, verde y perfumado, con fuentes susurrantes.

Al día siguiente fuimos a la región de los viñedos escalonados del Douro, con sus viñas en terrazas sobre el río, una región encantada. Para el almuerzo, lujurioso picnic entre los racimos.

Y esa noche, para la cena pude probar, finalmente el caldo verde, sopa tradicional conocida hace unos años en Lisboa. El plato nacional portugués procede originariamente de la tierra del vinho verde y su base es la couve gallega, la col gallega, que también se consume en Brasil, con pan de maíz recién horneado. Sopa aparentemente liviana y suculenta, lleva papas y chorizo.

Regresamos a Oporto, antes de partir a casa, una breve recorrida por la costanera, las playas y sus encantos marinos y un almuerzo memorable en restaurante clásico, de mariscos y pescados. Nos regalamos con centolla gigante, percebes y buzios (caracoles), además de ostras y langostinos enormes. Con vino verde, por supuesto.

Oporto es una ciudad bellísima que hay que recorrer. Lo hice fugazmente hace unos años y recordaba bien algunas iglesias y la estación de tren con sus impactantes mayólicas azules, herencias mora. Volveré a Portugal, me queda mucho por explorar. Lo entiendo cada día más a Antonio Tabucchi, escritor italiano que admiro, un incondicional del país. Me lo hizo saborear por primera vez.

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